Todos estamos acostumbrados a vivir negativamente nuestros miedos. Muchos de ellos han estado acompañándonos durante toda nuestra vida, otros han ido evolucionando, otros son nuevos, otros se adormecen o se transforman… En definitiva, estamos biológicamente preparados para sentir miedo, nacemos con tal mecanismo biológico en nuestro cerebro y, con ello, vamos decidiendo durante toda nuestra vida a qué tener miedo, a qué palabras, situaciones o cosas.

Sentimos miedo ante la percepción real o no de posibles amenazas. Una de las características principales del miedo es que nos ayuda a anticipar tales peligros antes de que se presenten, a «pre-ver» (se trata de que el león no te coma, porque si es así, el miedo ya no te sirve absolutamente de nada). Por otro lado, el mundo va cambiando y nosotros con él, y con ello ocurren tragedias, pérdidas, problemas que no deseamos o buscamos y que merman nuestra seguridad y confianza aumentando nuestra sensación de incertidumbre: Miedos a perder seguridad y poder, miedos a fracasar, al abandono, al rechazo, a la soledad, miedo al miedo…

¿Cómo aprendemos a tener miedo?

Por sucesos traumáticos, humillaciones, agresiones. Por aprendizaje social, modelado social (imitación de lo que vemos en nuestro entorno social). Por asimilación de mensajes alarmistas que insisten demasiado en los peligros (incluiríamos aquí los mensajes políticos), falta de reconocimiento y reforzamientos positivos, educación parental inadecuado basado en el miedo, la angustia y la excesiva sobreprotección (puede ocasionar falta de seguridad a la hora de afrontar los problemas y baja autoestima y autoconcepto, etc)

¿Qué sentido tiene, entonces, el miedo en nuestra vida?

Es una de nuestras emociones primarias más importantes y gracias a ella el ser humano sobrevive y se adapta al medio. Sin embargo, en situaciones que no supone una amenaza real el miedo deja de ser adaptativo. En terapia no acompaño a personas para aprender a sobrevivir sino más bien a vivir sintiendo mejor y eso incluye aceptar y tolerar, en muchas ocasiones, las resistencias biológicas e irracionales (creencias, conductas de evitación y huida, etc) que acompañan a la emoción de miedo (a veces la mayor de las resistencias es nuestro propio ego que se defiende) Por lo tanto luchar, evitar, atacar, controlar… verdaderamente, no tiene, para el miedo, demasiado sentido. Más bien, esa energía, mal gastada, no nos lleva a nada salvo a reforzar negativamente aún más su poder. El control del miedo es el problema y no la solución.

Así que a no ser que tengamos alguna patología biológica que nos impida sentir miedo e incluso actuar con inconsciencia (arriesgándonos peligrosamente ante situaciones que conllevan una amenaza real), el miedo forma y formará parte de nuestra vida, naturalmente. Por lo tanto, validarlo, aceptarlo, y aprender a escuchar qué nos quiere comunicar para vivir una vida mejor será algo de lo que hablaré el próximo martes 6 de marzo en Tele 7 con Susana Porras en Objetivo Bizkaia

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