Algunos miedos sociales como la culpabilidad limitante, tener excesiva vergüenza o miedo a hacer el ridículo…, vienen, en parte, de las dificultades que muchas personas tienen a la hora de relacionarse con los demás a lo largo de su vida.

Muchas personas se pueden sentir angustiadas cuando anticipan una situación que perciben como tensa o humillante y piensan, de forma desagradable, que pueden desfallecer, desmayarse o enrojecer demasiado… Estas sensaciones, pueden ser muy molestas debido a la sensación percibida de pérdida del control ante situaciones que imaginan como inseguras o incontrolables.

Matizo, en este sentido, que sentir en algunas situaciones ridículo, vergüenza o culpabilidad son emociones sociales óptimas para relacionarnos y adaptarnos adecuadamente con otras personas o con grupos de los que formamos o queremos formar parte (trabajos, grupos de amigos, pareja, familia…)-.

Es decir, que mientras que no se vivan de forma angustiante y limitante sentir vergüenza, culpabilidad o ridículo son emociones sociales óptimas y sanas.

Tener cierto sentido del ridículo o avergonzarnos, por algo en particular, nos ayudará a no ir por la vida de forma ofensiva y/o agresiva pensando que podemos hacer o decir lo que se nos venga en gana, por ejemplo.

Sin embargo, si es limitante y sufrimos con ello, estos miedos sociales a perder el control pueden ocasionar conductas obsesivas y adictivas que aportan un falso y aparente control ante tal incertidumbre percibida. Este tipo de comportamientos suelen ser aprendidos, quizá han sido observados en nuestros padres y madres u otros modelos educativos y, con ello, se han normalizado, otros son producto de nuestras propias adaptaciones a las experiencias de nuestra vida y por último, también, pueden formar parte de nuestro propio temperamento genuino.

El control, y la necesidad del mismo, pueden ser el problema, o base del problema, fundamental del desarrollo de fobias y otros miedos que pudieran limitarnos a la hora de relacionarnos sanamente con el mundo que nos rodea y desarrollarnos positivamente con él.

Para ello, es relevante hacer un seguimiento psicoterapéutico adecuado e identificar en qué situaciones la persona se deja llevar por su necesidad de control y cada una de las respuestas que despliega para controlar su incertidumbre. Se trataría de aprender a tolerar el malestar que implica no realizar tales respuestas, obsesivas o adictivas, para extinguirlas y aprender a vivir con la incertidumbre normal que implica vivir una vida saludable.

No confundamos la necesidad de controlar con una necesidad sana de organizar y planificar actividades que nos proporcionan un desarrollo óptimo. Mientras que el control y las conductas que desplegamos consumen parte de nuestra energía y tiempo, dejamos de hacer, con ello, lo que verdaderamente es importante y nos aporta bienestar, libertad, un sano autoconcepto y un desarrollo adecuado en nuestra vida.

El control nos priva de libertad a la hora de elegir y decidir la mejor de nuestras conductas  dejándonos llevar por normas y reglas demasiado rígidas y estereotipadas,  la mayor parte de ellas autoimpuestas o aprendidas que nos aportan una aparente seguridad y control incierto.

Para ello es  necesario aprender a identificar la importancia que damos a nuestras decisiones y acciones de tal forma que podamos distinguir lo que pertenece a nuestra necesidad de control frente a una sana organización y/o planificación propia de elecciones que nos den auténtico valor en nuestra vida.

¿Qué estás dejando de hacer y organizar, que te da valor, por la necesidad de controlar?

¿Es tan importante lo que estás haciendo (conductas adictivas y a veces obsesivas)?¿Qué te aportan y en qué te benefician el despliegue de tales conductas?

¿En qué estás perdiendo la energía que necesitas para hacer lo que verdaderamente quieres y te importa?