Esta carta la escribió una de mis pacientes, ya recuperada de su dependencia emocional. En ella relata cómo trabajamos exceléntemente la aceptación de sus sentimientos y pensamientos, que actuaban de barrera hacia su recuperación y mejora, e hicimos un proceso de desarrollo personal de autoconocimiento ejemplar.
Carta de M.
En toda esta situación y dependencia me di cuenta de que lo opuesto a la evitación y al control de los pensamientos era la aceptación. Aun así, durante mi relación con la que fue mi pareja lo que yo hacía era resignarme a lo que vivía. Es decir, una vida que no quería y que me producía malestar y angustia.
Aceptar significó implicarme y ser consecuente con mi vida, con mis deseos y necesidades, con lo que es importante para mí, y sobre todo, con recuperar las actividades que dejé en esa relación y que me daban bienestar, como tomar un chocolate caliente con mis amigas los domingos, salir al monte, tener nuevos amigos, tener mi tiempo para escuchar música y bailar… disfrutar de esas actividades que dejé por él.
Pero antes, tuve que hacer un trabajo conmigo misma, de autoconocimiento y de aceptación de mi persona, ¿quién soy yo? ¿Qué quiero? ¿Cuáles son mis miedos? ¿Me gusto? ¿Me quiero tal y como soy con mis cosas buenas y malas? ¿Me respeto a mí misma? ¿Soy honesta con lo que quiero y actúo en consecuencia? ¿Qué me pasa cuando no expreso lo que siento? ¿Dónde están mis límites? ¿Cuáles son ahora mis propósitos?
Fue el principio de un trabajo personal que comenzó con darle la vuelta al foco, ahora hacia mí misma. Fue un proceso activo de conciencia plena de mis reacciones internas, emocionales y física. Esto fue el primer paso para favorecer mi apertura y flexibilidad, y sobre todo para comprenderme desde el amor que me tengo a mí misma y a los demás.
El mindfulness, como herramienta, me ayudó en esto, permitiéndome observar pensamientos y emociones como lo que son, sólo pensamientos y emociones. Son como olas que vienen y van, todas distintas y diferentes, grandes o pequeñas. Pero yo no soy las olas, aunque muchas veces me confunda con ellas, con lo que me cuentan, con lo que me quieren hacer creer. En mí yo soy el océano. Y es allí desde donde, de una u otra forma, surgen todas esas olas. Olas que no puedo cambiar porque son lo que son, olas que fluyen y olas que vienen y van.
Era momento de tomarme mi tiempo y espacio, necesarios para resituarme, y sobre todo, para hacer lo que en realidad quería.
Los “y si…» y “los miedos” los dejé estar, y observé como la vida me daba las respuestas que necesitaba.
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