Los seres humanos tenemos necesidades, psicológicas y biológicas, y cuando estas no son resueltas aparecen los conflictos.
Una breve explicación a esto sería que a partir de nuestros esquemas mentales, – es decir, aquellas creencias emocionales con respecto a nosotr@s mism@s y el mundo que nos rodea y que quedan implantadas a partir de nuestra educación (valores y comportamientos habituales dentro de cada sistema familiar), experiencias vitales y expectativas futuras-, iremos, cada uno de nosotr@s, interaccionando con el entorno resolviendo o no tales conflictos.
Ocurre que, a partir de estas creencias, las emociones son mucho más rápidas que nuestro comportamiento. Por eso nos pasa, muchas veces, que ante una situación determinada actuamos de forma automática y posteriormente solemos pensar si hubiéramos hecho una u otra actuación o, incluso, haber dicho a aquella persona que nos ha herido una u otra cosa distinta.
La emoción decide antes, y por eso actuamos automáticamente dependiendo de esas creencias emocionales grabadas en nuestro cerebro
El cómo resolvemos estos conflictos dependerá, en su mayor parte, de los vínculos que hemos tenido desde nuestro nacimiento y relación familiar. Por ejemplo, si hemos crecido en un entorno familiar sobreprotegido y/o sobredependiente, es probable que nuestro impulso o necesidad sea la de salir (huir) pero nuestro esquema mental dependiente grabado en nuestro cerebro nos dirá que eso es peligroso porque así lo hemos aprendido. Por lo que un impulso sano de salir fuera de la casa familiar o de ciudad, etc., será visto, desde este esquema dependiente, como prohibido y peligroso. De la misma forma, el hecho de seducir, conseguir o lograr metas, sean las que sean, también serán vistas como peligrosas desde este esquema, y, con ello, es probable que surjan creencias como: “no tengo que gustar”, “no tienes que destacar”, “no vales para esto”…”no necesitas esto para nada”, etc.
Otro vínculo sería el de desligamiento, y este no es por sobredependencia sino todo lo contrario, aparece por falta de vínculo familiar. Así un niño o niña, por ejemplo, expresará su miedo con pataletas o gritos excesivos, y mientras que algunas personas dirán que ese niño/a es demasiado inquieto, malo e incluso hiperactivo, en realidad lo que ocurre es que está expresando una emoción que debido a ese desligamiento no sabe exteriorizar de otra manera.
En entornos familiares coléricos y hostiles, suele pasar que hay una carencia de límites o normas y una falta de vínculos afectivos adecuados. Por eso ocurre, que los niños y niñas viven en un entorno familiar en el que no saben que está bien o que está mal o no son capaces de tomar decisiones correctas y adecuadas porque crecen en un entorno donde o bien vale todo o de repente, sin causa justificada, no vale nada (es un sí o un no impuesto sin criterio o diálogo). Son entornos con poca o nula tolerancia a la frustración, y probablemente, estos niños y niñas sean adultos bastante inseguros en el futuro y/o con bastantes dificultades para tomar decisiones en su vida.
Otros entornos vinculantes son los ansiosos, y son aquellos en los que hay un exceso de normas y si se habla de algo, por ejemplo, es de lo que se debe y se tiene que hacer. Suele ocurrir que todo lo que se conversa, en la familia, gira en torno a lo que se hace o no se hace. Suelen ser entornos familiares con falta de expresión afectiva por lo que, probablemente, la persona crecerá con un esquema en el cual siempre querrá estar demostrando a los demás cómo hace las cosas buscando la valoración externa o bien será un adulto «rebelde» en contra del sistema y/o normas sociales. En este caso el conflicto será una rabia o queja que ha sido grabada como prohibida. Es decir, será un adulto que sentirá rabia y frustración constantemente en su día a día y que no podrá expresar adecuadamente.
Así aparecen los conflictos, a partir de las creencias emocionales vinculantes grabadas en nuestro cerebro
Desde una intervención psicológica adecuada se acompasará y conducirá a la persona a resolver tales conflictos, mediante su identificación, comprensión y reconocimiento previo, acompañando, mediante un vínculo adecuado, a la escena en la cual fue instaurado el conflicto a partir del momento presente, desde el «aquí y el ahora». De esta forma, se incorporarán emociones antídoto para aquellas que fueron inicialmente instauradas para una resolución adecuada. Es a partir de aquí cuando se actuará con mayor presencia siendo el individuo más responsable con lo que sucede en su día a día con un único objetivo que no es otro que vivir con mayor calidad de vida y bienestar.
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