Todos perdemos, en algún momento de nuestra vida, salud, amor, amigos, trabajo, dinero, seres queridos,…vida. No aceptar esta realidad nos lleva a un dolor extremo y sufrimiento evitable, no sólo por la no aceptación en sí misma sino también por las propias resistencias que desplegamos para evitar sentirla. Habría que indagar en las circunstancias, presentes y pasadas, que a cada uno de nosotros, nos ha llevado a no tolerar la frustración de no aceptar lo que es porque es así y no puede ser de otra forma, es decir, la realidad de las cosas.
En cierta manera, la sociedad actual refuerza la lucha del esfuerzo y la exigencia y si bien, desde mi punto de vista, el esfuerzo y la motivación son necesarios para ir en la dirección de aquello que es importante para nosotros, ya sea a nivel personal y/o profesional, no lo es si esa dirección se basa en la exigencia dogmática y el perfeccionismo de las cosas como valores predominantes de nuestra cultura.
Es decir, la contradicción está servida sobre la mesa, en tanto que debido a esa propia presión de lo no alcanzable más la frustración del ideal que no es posible junto a la no aceptación de todo ello, nos lleva a no mover un dedo hacia lo que queremos y verdaderamente necesitamos, por lo tanto el dolor se presenta de forma inmediata y caemos en un “carpe díem” habitual en la jerga social actual.
Di una y otra vez «todo irá bien» sin hacer nada al respecto … (muy irónico)
Nada se puede hacer aquí si no existe una conciencia plena de nuestros propios procesos mentales, en forma de juicios y creencias, y de nuestros comportamientos evitativos y autodestructivos que no hacen más que potenciar nuestro ego, en forma de quejas o de reafirmaciones de esa «parte pequeña de nosotros» rebelde y necesitada:
Un ego que carece de amor, libertad, coraje y valores, y que se convierte en nuestro mayor enemigo
Aquí no tiene cabida la autocompasión. El ego no lo permite porque él lo único que te muestra es la resignación pasiva o la lucha angustiosa de cambiar aquello que, por la naturaleza misma de las cosas, no puede ser de otra manera. Este ego no permite que dirijas tu atención a tus propias resistencias para evitar el dolor, normal y adaptativo, de lo que no puede ser evitado. Ni siquiera te deja ver con perspectiva otras posibilidades o alternativas que pudieran acercarse a una solución funcional de la situación en el presente, en el aquí y ahora. El ego, alimentado de creencias, las propias y las pertenecientes al entramado social, anticipa de forma inminente el miedo a perder aquello que, al menos, nos aporta una falsa seguridad y protección «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer».
Hay que profundizar en uno mismo para tomar consciencia desde la humildad y la honestidad de los planes del ego. Partiendo de aceptarlo y permitirlo porque poco se puede hacer por evitarlo, y así, poder verle desde otra perspectiva para que no sea él quien determine o dirija nuestra vida, sino que, desde esa necesaria distancia, podamos tomar conciencia de su juego y, con ello, de sus verdaderas necesidades para cuidarnos desde el amor y la autocompasión que nos merecemos.
… Y esto no es posible si no sentimos en carne propia el dolor que no aceptamos ver y sentir.
Cuando somos plenamente conscientes de nosotros mismos, del verdadero yo, de lo que está en nuestro corazón, probablemente sabrás al menos algunas de las respuestas
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