Crecer con una idea de que somos autosuficientes y que – solas/os podemos con todo – sin necesitar a nadie, no nos permitirá, con bastantes probabilidades, reconocer la ayuda de los demás.
Es una idea que nos mantiene en una contradicción porque el apoyo social es fundamental en nuestra evolución como seres humanos sociales. Sentirnos que pertenecemos a grupos de referencia (familiares, amistades, grupos de ayuda, otros intereses intelectuales y creativos, etc …), es uno de los mejores antídotos que los seres humanos tenemos para sentirnos libres y autónomos. He aquí la confusión. Las personas cuando somos autónomas sentimos que podemos crecer solas, pero con la ayuda fundamental de aquellas personas que están cerca de nosotros. Esto contradice la idea tan de actualidad de autosuficiencia.
Bajo este modelo de autosuficiencia cuando, frente a las dificultades de nuestra vida, hemos sentido la necesidad de apoyo lo más probable es que nos sintamos personas vulnerables o débiles. Cuando en realidad la ayuda mutua es lo que nos permite desarrollarnos y crecer.
Es como un funambulista que mantiene el equilibro andando sobre una cuerda con una red de protección bajo sus pies. Podemos caer con todos nuestros miedos, inseguridades, errores… pero sabemos que debajo habrá una red social que nos sostenga y nos permita aceptar que tener miedo y equivocarnos no es tan horrible.
A veces, se nos olvida lo humanos que somos. Somos seres imperfectos en continuo desarrollo, y aquellos ideales de perfección que tenemos, desde un paradigma de pretensiones idealizadas y en muchas ocasiones normativas y estandarizadas (los debería y los tengo que), no tenemos por qué conseguirlos. Porque en la mayor parte de los casos no depende de nosotros. No tenemos la culpa de esto. Sino que, más bien, depende de las circunstancias que están fuera de nuestro control. Lo que ocurre es que a veces estas circunstancias nos hacen tambalear y cuestionarnos nuestro statu quo. Es decir, si somos lo suficiente buenos para afrontarlas. No tenemos el control de todo. Los cambios impredecibles de dichas circunstancias nos hacen cuestionarnos este ideal de “tenerlo todo bajo control”.
Crecemos con la idea de que podemos controlar lo que sentimos, lo que pensamos… las circunstancias impredecibles.
Entre tanto, las personas con esta necesidad y/o creencia idealizada no se permiten sentir, no se permiten sentir miedo, enfadarse, entristecerse… A cambio, explotan de ira, evitan, compensan con consumos de alcohol, comida, drogas, relaciones adictivas e insanas. El problema fundamental es que no tenemos el control, como seres humanos que somos, de sentir emociones por mucho que idealicemos controlarlas. Si existe una parcela donde sí tenemos cierta percepción de control es sobre lo que hacemos con dichas emociones.
La contradicción es que si no permitimos que nuestras emociones naturales afloren frente a las situaciones impredecibles no aprenderemos a ocuparnos de ellas actuando en consecuencia.
Si no nos permitimos estar tristes no nos permitiremos cuidarnos, descansar, recomponernos …. E incluso poder expresar nuestra emoción compartiéndola con los demás desde la confianza y la seguridad de no sentirnos juzgados o defectuosos por ello. Esta confianza y percepción de ayuda mutua nos llevará a otro paso, a compartir momentos agradables con personas que valoramos, … Con una idea flexible de ir poco a poco y así está bien. Así es suficiente y adecuado. Sin embargo, si lo que hacemos es evitar sentirnos tristes evitaremos, con ello, cualquier tipo de experiencia que nos permita restablecernos o afrontar lo que nos provoca dicha tristeza.
No podemos controlar sentirnos tristes frente a las situaciones impredecibles de la misma forma que no podemos controlar un día lluvioso.
Pretender controlar lo que no depende de nosotros es una estrategia inútil. Convivir con nuestra tristeza es como convivir con la lluvia. Elegir las actividades o las opciones que nos permitan convivir con las circunstancias que no controlamos. Esto sí está bajo nuestro control.
Si elegimos la evitación estaremos añadiendo sufrimiento y mayor frustración. Aislándonos y sintiéndonos culpables. De nuevo la contradicción es que bajo una necesidad idealizada de control nos sentimos más inseguros, porque nos percibimos defectuosos frente a las dificultades de nuestra vida.
Por este motivo es fundamental cuidarnos desde la percepción de ayuda mutua. Porque desde lo pequeños que somos, como seres humanos, hay cuestiones y personas significativas en nuestra vida que sí merecen realmente la pena, empezando por nosotros mismos y nuestro autocuidado…. frente a cómo me veo yo en el mundo con lo importante que son para una/o mismo las personas.
Sin embargo, desde un paradigma de autosuficiencia, nos vemos como personas exclusivas con una visión un tanto egoísta de que el mundo gira en torno a nosotros. Cuando en realidad somos personas que nos relacionamos con otras personas a las que queremos y que nos quieren.
Pensar en nosotros mismos para aliviar nuestros sufrimiento de forma autosuficiente no nos permitirá valorar lo importante que son las personas para ayudarnos a avanzar y crecer.
Quizá esto sea la verdadera responsabilidad con una misma/o y los demás.
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