La vergüenza aparece cuando nos ven, o pueden vernos, haciendo algo que consideramos que puede dañar nuestra imagen o apariencia (imagen que construimos ante los otros). Es un sentimiento complejo de aversión y rechazo hacia un@ mism@ por no alcanzar la apariencia o imagen ideal (Fernández, 2000).
Sentimos vergüenza ante la mirada de los demás pero también se puede vivir de forma interna y privada (sentirnos feos, insuficientes, inaceptables, imperfectos, inferiores…). Por lo tanto, no solo afecta a la imagen física, – que puede llevar al rechazo y al desprecio en lugar de al autocuidado -, sino también a la psíquica en cuanto a tener ideas y pensamientos diferentes o sentimientos de incompetencia “soy torpe” “no sé lo suficiente” …, el resultado puede conllevar a una creencia de rechazo, una sensación de sentirse alienado, desagradable, sin las cualidades necesarias para ser amad@.
La vergüenza es poco reconocida entre nuestros sentimientos, al ponerle nombre normalmente la encasillamos como desilusión e incluso decepción cuando en la mayor parte de los casos, los pensamientos están relacionados con no sentirnos dignos, en nuestra propia esencia, cuando pensamos que no estamos a la altura, cuando creemos que somos imperfect@s o cuando nuestras ideas son diferentes al resto del grupo social en el cual nos relacionamos. Cuando se siente así queremos escondernos física y emocionalmente.
La vergüenza en muchas ocasiones está relacionada con la adolescencia, por la necesidad de aprobación que en esta etapa del desarrollo acontece. Sin embargo, esta, como sentimiento, puede prevalecer a lo largo de la vida de forma incapacitante si no es gestionada adecuadamente y la persona sufre malestar por ello (baja autoestima, ansiedad y fobia social, depresión, dificultades de adaptación, etc). Aun así, y a pesar de su mala fama, la vergüenza en ciertas circunstancias es un sentimiento sano y adaptativo en tanto que al sentirla nos permite hacer una valoración de lo que nos ocurre: personas que sobrepasan nuestros límites, críticas ofensivas hacia un@ mism@, situaciones violentas, etc. Por lo tanto, saber distinguir cuando es adaptativa y cuando limita nuestra libertad de actuación, decisiones, relaciones y bienestar en general es fundamental para entenderla y desde ahí, gestionarla adecuadamente. A veces, con la ayuda psicoterapéutica adecuada.
Conocer su origen nos permite entender nuestros comportamientos, sentimientos y pensamientos con relación a aquellas situaciones normalmente sociales en las que sentimos físicamente algunos de sus síntomas: rubor, taquicardia, temblor, bloqueo… Y es que, parte de esta experiencia subjetiva tiene como origen la familia y la comunidad donde crecemos y nos desarrollamos. Estos ecosistemas transmiten expectativas culturales, religiosas y familiares que nos marcan cómo actuar, cómo pensar, hablar, cuidarnos…qué sentimientos son bienvenidos por aceptados y cuáles no por incorrectos. Nuestra cultura nos transmite mensajes continuamente: Tú puedes con todo” “Eres el más listo o lista de tod@s” “Tú siempre consigues todo lo que te propones” “Puedes ser lo que quieras”… Si bien es cierto que somos responsables de lo que somos, la otra cara de la moneda es creer que “si no soy lo que quiero, o si no logro lo que deseo, es porque algo debe estar mal en mí” y aquí, puede empezar a consolidarse una sensación de rechazo. Esta sensación de no estar a la altura se puede vivir de forma negativa y distorsionada que junto a pensamientos como “soy un/a inútil” “no lograrás nada” “no eres digna/o de ser querido…” tiene como consecuencia un horrible sentimiento de vergüenza en relación al contexto en el que nos relacionamos.
Sin distinción de género son muchas las personas que han venido a mi consulta con el peso de la vergüenza como baluarte en el cual apoyarse para tomar decisiones. En contra de, en la mayor parte de las situaciones, sus propias necesidades y a costa de negar sus propios sentimientos, incluso con aquellos que tengan que ver con un acceso de bienestar y placer. La búsqueda de dicho placer en proyectos u otras metas y objetivos se inicia y se abandona continuamente porque el ideal es inalcanzable a pesar de las posibilidades que se puedan presentar. A veces, para muchas personas, el no saber enfrentarse a lo doloroso de su realidad y la angustia que esto conlleva les impide modificar la percepción sobre sí mism@s y ver salidas o estrategias en otras direcciones.
Trabajar con la vergüenza en terapia comienza con un adecuado reconocimiento de la misma y con entender de dónde viene, su origen, para identificar las causas asociadas a los comportamientos de evitación de experiencias deseables para la persona – normalmente aquello que es deseable e importante suele ser lo que más se teme por y con vergüenza – . Afrontar la vergüenza se sana atreviéndose a mostrar(se). La vergüenza provoca vergüenza y aislamiento. A mayor aislamiento mayor necesidad de aislarse.
En este caso, es necesario encontrar un lugar donde poder dudar en paz, ser diferentes, discrepar y elegir. Cesar la huida y solo sentir. Sin racionalizar, solo sentir. Decir, por fin, NO a las presiones del entorno y escuchar lo que sentimos renunciando a ser ese ideal. Prescindir de él. Después de todo… “un jardín es mucho más bonito cuando sus flores son diferentes y auténticas”
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